El
protocolo es, en sentido amplio, el conjunto de normas, usos y costumbres que
determinan el orden de celebración de un determinado acto, cuya finalidad, en el
caso del protocolo institucional, es la de transmitir la imagen del poder a los ciudadanos,
mediante la utilización de una serie de técnicas y herramientas. La ceremonia de jura y proclamación supone un
doble juramento del Rey al Reino -la aceptación de las normas constitucionales
y la estructura del Estado- y de lealtad institucional del Reino al Rey.
A
nivel protocolario hemos asistido ayer por la mañana a una renovación ceremonial
incompleta y con elementos perturbadores. En primer lugar se han dividido los
actos en dos partes: la imposición de la faja de Capitán General al ya rey
Felipe VI y la Ceremonia de Jura y Proclamación del nuevo rey.
La
cronemia, la proxemina y la etiqueta del acto no ha sido acertada, por alterar
el mensaje que se quería transmitir. Creemos que antes de haber impuesto la
faja de Capitán General al Rey, debería haberse procedido a realizar el acto de
jura y proclamación, y debería haberse elegido un escenario con más
tradición militar.
Respecto
del acto de jura y proclamación en sí, se trata de un ceremonial laico y así
nos lo manifiestan retirando el tradicional crucifijo que desde las Cortes de
Cádiz –e incluso antes- se encontraba presente en la jura de cualquier
autoridad, y la supresión del Te Deum, o Misa de Espíritu Santo, por aquello de la aconfesionalidad del Estado. Un paso para la
renovación y otro mirando al pasado debido a la etiqueta elegida para el acto
de jura y proclamación: uniforme de gran gala del Ejército de Tierra.
¿ceremonia laica y militar?. Era inevitable la comparación de imágenes entre reinados.
No se trataba de que el Rey fuera de traje oscuro como un presidente de una
república, pero en nuestra opinión debería haber ido de chaqué.
Pero
además este acto es un acto del pueblo representado por las Cortes, y en cambio
en todo el acto se ha dado un protagonismo excesivo al poder ejecutivo en
detrimento y deslegitimación del legislativo que es el verdadero depositario de
la soberanía popular. Resulta incomprensible el excesivo papel desempeñado por
el presidente del Gobierno en toda la ceremonia, que transmite una imagen de
supeditación del poder legislativo al ejecutivo: en primer lugar realizando un recibimiento en dos pasos, recepción que hubiera debido realizarse a pie de coche
delante de las mismas puertas del Congreso por los presidentes del Congreso y
del Senado, que son los anfitriones; en segundo lugar, por una ubicación
incorrecta del presidente del Gobierno que hubiera debido ocupar su puesto en el “banco azul”,
que es el que le corresponde; en tercer lugar, porque en el lugar donde se
encontraba don Mariano Rajoy en el hemiciclo, debería haber estado quien era fedatario de lo
allí acontecido, y no el presidente de gobierno. ¿Nuestra monarquía es parlamentaria o nos hemos inventado una "monarquía presidencialista"?. Parece que como si el rey estuviera supeditado al poder ejecutivo.
Sí
ha sido acertado el recorrido posterior al acto, que muestra a los españoles a
su nuevo Rey, y la elección del coche descapotable. Aunque haya repercutido en
la seguridad del acto, ha trasmitido con mucha fidelidad la tradición histórica de las Entradas Reales, momento en el que el rey invisible se transformaba en visible para el pueblo. Y lo mejor, la guinda: la salida de la nueva Familia
Real al balcón del Palacio Real. Una imagen correctísima, medida y estudiada
que pone de manifiesto los nuevos cambios para el protocolo: titulo,
tratamiento, honores, Familia Real, orden de precedencia y simbología real. En
ese último paso, el mensaje ha sido en todo momento el que se pretendía
transmitir.
En estos momento hay, más que nunca, que adaptar el protocolo a la realidad social y recordar que los jefes de protocolo están al servicio de las instituciones y no de quien ocupa el cargo en ese momento.
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